Reaccionarios

Amado Salazar


Abrumado en un diván de su jardín, bajo un oscuro tamarisco, el viejo oligarca se reprochaba su negligencia. ¿Cómo pudo permitir que aquello sucediera? ¿Él, que había visto desfilar reyes, humillado por un advenedizo de la peor calaña! ¡Por un charlatán miserable y oportunista!

¡Encima la plebe lo aclamaba!

Sólo una vez temió igual, cuando años atrás sus enemigos lograron deponerlo. Pero incluso entonces supo perpetuarse a través de su hijo, y luego por su yerno. Ahora éste último ocupaba su antiguo puesto, aunque en la práctica él seguía ejerciéndolo. Nunca dejó de hacerlo, a decir verdad, y tampoco se lo proponía…

Esta vez, sin embargo, se enfrentaba a un rival distinto: uno astuto e intransigente. Amedrentarlo no era opción; sobornarlo, tampoco: él no era como el estúpido gentil al que llamaban procurador. A ese simplón lo había amansado financiándole sus caprichos, avivando sus temores…

Sí, llegado el caso podría aprovecharse de eso. No le sería difícil: bastaría con insinuarle la proximidad de otra revuelta…

—Está aquí —anunció a sus espaldas un criado suyo.

La noche era un enjambre de tábanos y el viento un susurro acalorado.

—Hazlo pasar —le ordenó—. Y vigila que nadie nos interrumpa.

Al instante una silueta emergió del pórtico y avanzó arrastrando los pies, como desconfiando hasta de sus pasos. Cuando estuvo frente a él, se arrodilló y se deshizo de la capucha, dejando al descubierto una enmarañada melena rojiza.

Largas noches en vela se adivinaban en sus mezquinos ojos de serpiente.

—No te estarás acobardando, ¿verdad? —le dijo el oligarca extendiéndole una copa de vino. A la luz de la luna, el líquido palideció como la sangre de un cordero sacrificado.

No era la primera vez que se reunían. Ya antes habían discutido los pormenores hasta el hartazgo. Entonces le pareció un hombrecillo ruin y malhumorado; quizás no muy brillante, aunque ciertamente bastante sensato. Y algo codicioso también, pero eso era más bien una ventaja.

Aquel era justo el hombre que necesitaba.

—¿Qué pasará con él? —dijo al fin el recién llegado.

—Deja que nosotros nos encarguemos.

—Él confía en mí —gimió el hombrecillo estrujándose las manos—. Y es un buen hombre. No merece lo que va a ocurrirle.

—¿Por qué te preocupa su suerte cuando la de nuestro pueblo peligra? ¿Acaso no fue por eso que nos buscaste?

El hombrecillo agachó la mirada y se mordió los labios. Luego abrió la boca, pero de inmediato volvió a cerrarla. Notó que su respiración se agitaba, que el párpado izquierdo le temblaba. ¿Acaso se habría equivocado al elegirlo? Después de todo, ese revoltoso muerto de hambre no era tan distinto al otro: ambos eran sucios, holgazanes, resentidos; ambos confundían la elocuencia con la palabrería, la indignación con la envidia, la justicia con la revancha…

Sí, de pronto comprendía por qué la chusma aclamaba al otro, a ese piojoso insolente con delirios de grandeza. Debió adivinarlo: estaba claro desde el principio. Tan claro como que no bastaría (ahora se daba cuenta) simplemente con eliminarlo. No, antes debía humillarlo, privarlo de su carisma, castigar su arrogancia…

Debía, en una palabra, exponerlo como el farsante que era. 

Pero… ¿Cómo hacerlo? No sería fácil. Requeriría de toda su astucia e influencia. Y también, aunque le disgustara admitirlo, de la colaboración de ese insignificante hombrecillo frente a él: el mismo que ahora insistía en callar y rehuirle la mirada… ¿Qué estaría pasando por su cabeza? ¿Por qué simplemente no decía lo que pensaba? ¿Acaso preparaba una excusa? ¿Una disculpa por hacerle perder el tiempo?

Si era el caso, más le valía que fuera buena…

—Quiero el doble —balbuceó el hombrecillo por fin.

«Estos miserables venderían a su madre por un puñado de siclos», suspiró aliviado el oligarca.

—Está acordado —se apresuró a responderle disimulando su beneplácito—. Pero debes actuar pronto. Esta noche, a más tardar.

Y le tendió la mano con displicencia. El hombrecillo se incorporó de un salto para cogerla entre las suyas.

—Cuente con ello, su excelencia —dijo besándole el anillo.

Y así, resuelto a consumar su traición, Judas abandonó el palacio de Anás.

 09 de octubre de 2020


Amado Salazar (San Cristóbal de Las Casas, 1992)

Historiador por la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Participó en el taller de creación literaria del Centro Cultural El Carmen, impartido por el maestro Javier Molina. Frecuente colaborador en revistas físicas y electrónicas, entre ellas delatripa (Matamoros, Tamaulipas 2020), Metáforas al aire (Cuernavaca, Morelos 2021) Palabrerías (CDMX, 2021); y en el DOSIER DE MICROFICCIÓN II de Cardenal Revista Literaria (CDMX 2021). 

Promotor de la lectura y el fomento a la creación literaria en su ciudad natal.


Frente de colectividad participativa