La historia, mi trinchera: reflexiones en torno a la labor del historiador en el siglo XXI

Alicia


“Dudo mucho de que alguna vez accedamos a la verdadera historia de la verdadera humanidad”

Julio Córtazar


¿Para qué sirve la historia? ¿Qué papel tiene el historiador dentro del entramado social? ¿Qué revela el relato histórico? ¿Es realmente objetivo e imparcial? ¿Qué tanto podríamos considerar a la historia como una disciplina anticuada y alejada de la sociedad? Y para aquellos que hemos decidido escribir acerca del siglo XX ¿qué implicaciones tiene sobre nosotros tratar de interpretar un siglo que vivimos? ¿Cuáles son los retos que se presentan ante nosotros en el siglo XXI?

Las lecturas de Isaiah Berlin, Tony Judt y Enzo Traverso, historiadores que vivieron al ritmo de los acontecimientos ocurridos en el siglo XX, nos ayudan a plantearnos preguntas que van más allá de la interpretación equívoca o no que hayan hecho otros investigadores acerca de los sucesos que marcaron el siglo XX. Su principal aportación historiográfica es que nos hacen reflexionar acerca de la perspectiva histórica, nos hacen caer en cuenta del plano desde el que miramos el mundo y de nuestras limitantes determinando así que: sea cuál sea el ángulo desde el que miremos el pasado, nunca podremos ver todo.

Asimismo, nos permiten cavilar sobre la supuesta pasividad de una disciplina que “con frecuencia puede parecer anodina, anticuada y ajena al mundo”. A su vez, nos hacen evaluarnos, nos obligan a quitarnos una máscara de falsa objetividad que hemos querido mantener para permanecer en el concierto de las ciencias, nos incitan a cuestionar nuestro compromiso como historiadores y como ciudadanos con el mundo que nos rodea, hacen que dejemos de plantearnos la conquista de la única verdad y que en cambio, reconozcamos la diversidad de voces. 

Pero ¿puede ser la historia nuestro campo de batalla? ¿Cada uno de nuestros estudios es la trinchera desde la que decidimos combatir? ¿Es la mejor manera, a nuestro juicio, de remediar temores propios y comunes? Aceptarlo significaría despojarnos de la siempre pretendida neutralidad, pero para Berlin, Judt y Traverso eso no debería generarnos ningún conflicto. La cuestión de la objetividad e imparcialidad de los trabajos históricos es mencionada reiteradamente por ellos. Berlin no considera necesario descalificar los antiguos relatos escritos por su evidente implicación en los hechos o por la ausencia de rígidos métodos interpretativos. Por ejemplo, señala que no se debe demeritar el valor historiográfico de los trabajos de Tucídides, Tácito o Voltaire al compararlos con los trabajos de Ranke, Savigny o Michelet. Para Berlin no es que unos u otros fueran más subjetivos o imaginativos, simplemente cada uno de ellos respondió a las exigencias y avances de su época y fue modificando su enfoque, de manera que vieron el pasado desde “un ángulo distinto”. 

Por su parte, Judt no considera que los trabajos históricos deban encajonarse en marcos o plantillas y estar al servicio de las modas. Según él, hemos querido defender nuestra categoría científica, atiborrándonos de teorías a veces inadecuadas o desencajadas para nuestro objeto de estudio; tratando así de salvar nuestra permanencia en las Ciencias Sociales y no en las Humanidades. Pero decirse parcial y objetivo, tener un estricto cuadro metodológico y pensarse ajeno a nuestro entorno y nuestra época no garantiza una buena investigación. Es tarea del historiador proporcionar una narrativa histórica creíble pero no por eso desapasionada. 

No obstante, la labor del historiador no es sólo producir la narrativa sino también enseñarla. La enseñanza primero debe estar dirigida a dotar de conocimientos a los alumnos. Una vez que el estudiante ya tenga las nociones pertinentes sobre cierto hecho histórico, se daría paso al cuestionamiento. Para Judt, los enfoques críticos que propician la formación de juicios en niños y adolescentes son contraproducente, ya que sólo generan confusión.  Se hace evidente pues, la necesidad de adecuar los objetivos, propósitos, medios y fines de la enseñanza de la historia de acuerdo con las edades de los alumnos.

El otro campo es la divulgación. En ese sentido, Judt es más impetuoso que sus colegas. Los historiadores deberíamos salirnos de nuestra torre de marfil y no sólo reconocer que escribimos desde el presente, sino que debemos tomar partido. Así bien, es necesario resaltar que la opinión emitida no puede ser impositiva. Como historiadores podemos marcar diferentes caminos para la interpretación de un hecho histórico, pero no podemos obligar a las personas a que crean únicamente en la nuestra. 

Ahora bien. Es verdad lo que dice Traverso acerca de que nos hemos sentado a aceptar la realidad, o como Judt al decir que como historiadores y ciudadanos nos hemos recluido en nuestra esfera, ocupados en escribir libros que sólo quedarán en las bibliotecas. Pero pese a lo lejano que pueda parecer nuestro periodo de estudio, también estamos tratando de comprender e interpretar un hecho que nos intriga y del que creemos que saldrán líneas que esclarecerán parcialmente este presente. Al fin y al cabo, escribir historia incluso es una manera de combatir, un deber moral y político.


Frente de colectividad participativa